Una
familia normal, pasaría su última mañana antes de volar de vuelta a casa,
disfrutando de la piscina del hotel, o dando un paseíto por la playa cercana
antes de comer algo, y coger un taxi para ir al aeropuerto…
Pero no
somos una familia normal, aún tenemos 3 horas en la isla de Malta, y después de
dejar todo nuestro equipaje en la luggage room del hotel, nos disponemos a
buscar un autobús que nos lleve a una de las playas de arena más grandes de la
isla, que se nos quedo por visitar.
El
recorrido en autobús es de 40 min.,
tendremos una hora y media de playa, y otros 40 min. de vuelta al hotel
si todo va bien.
La
playa es de las que en condiciones normales no me hacen mucha gracia, pero hoy
hace calor, veo a lo lejos que se alquilan piraguas y barquitos de pedales, y
voy para negociar una última excursión…
Navegando
a pedales, nos damos los últimos chapuzones, hacemos algunas fotos, y empezamos
a mirar el reloj, para dirigirnos a la parada del autobús, que nos lleve de
vuelta a casa.
El
autobús tarda, y encima descubrimos que el chupireloj de Saúl recién estrenado
hoy a hecho aguas a la primera de cambio. Vamos con el tiempo justo, pero aún
así volvemos a la tienda de souvenirs donde compramos el dichoso reloj, y después
de convincente discurso en inglés con la chica de la tienda, sin ticket y sin
envoltorio, conseguimos que nos devuelva el dinero. Sin perder un segundo subimos la cuesta que
nos conduce al hotel, ya con un poco de prisa, recogemos equipaje, y rumbo al
aeropuerto, otra vez en autobús.
Esperando
en la parada, otra vez la cosa se pone tensa, pasan los minutos, y no sabemos
si llegará o no el dichoso autobús. Ya
valoramos buscar un taxi, pero no hay rastro de taxis por aquí, y ya con el
tiempo ajustado llega el X3, por suerte medio vacío, para meter todas nuestras
maletas, y disfrutar del paseo que hace por toda la isla.